7 abr 2013

El drama de los Miller

He decidido que voy a empezar otra de mis cruzadas particulares. Porque no hay más que convencerme para ver alguna serie que no vea apenas nadie, que como me guste y me implique, no voy a parar de recomendarla hasta que la gente empiece a hacerme caso por pesada. Y esta vez la serie que necesito recomendar una y otra vez hasta que os hartéis de mí es Prisoners Wives. Conste que hasta hace unas tres semanas más o menos a mí ni se me había ocurrido tampoco ponerme aún con ella. Pero me animé, le eché un vistazo y me sorprendió muchísimo. Hasta el punto de que he acabado tan enamorada de esta serie que siento la necesidad de hacerle comprender al mundo lo maravillosa que es. De convencer a todo el mundo de que no se limite a leer el título de la serie y pensar que nada bueno puede salir de ahí, porque se estarían perdiendo mucho más de lo que parece a simple vista.

Y eso que en la primera temporada nunca acabé de conectar con el personaje de Gemma, que en teoría es esa especie de inocente heroína con la que el público debe conectar (eso sí, no os penséis que llegó a caerme mal tampoco. Ninguna de las mujeres de esta serie ha llegado a caerme mal. Son todas demasiado complejas, demasiado fuertes y demasiado interesantes como para merecer mi odio), con lo que un cuarto de la temporada no acabó de interesarme del todo (cada temporada gira en torno a cuatro mujeres relacionadas de algún modo con un preso. Dos de ellas repiten en la segunda temporada, mientras que las otras cambian de una temporada a otra). Claro que Lou, con todas sus mejores y peores cualidades, me pareció un personaje mucho más accesible. Y Harriet es alguien a quien merece muchísimo la pena ver cambiar, evolucionar, salir de ese escondite en el que lleva años encerrada y en general seguir un camino que se completa en la segunda temporada. Aunque, por supuesto LA familia de esta serie, los que siempre brillan y se convierten en el corazón de todo, son los Miller, con Francesca a la cabeza.

Es quizá por eso que los cuatro episodios de los que se compone la segunda temporada han sabido brillar mejor. No solo porque la fuerza dramática y las posibilidades de lo que nos cuenta a través de ellos son mayores que con todos los demás, sino también literalmente porque han acabado fusionando historias y ocupando la mitad de la temporada ellos solitos, de una forma que resulta perfectamente coherente y natural.
Lo que no quiere decir que el resto quede para nada, ni mucho menos. Ya he dicho que la evolución de Harriet es una verdadera pasada, y que el hecho de que la serie sepa transmitir esa sensación de camino recorrido es algo que merece muchísimos aplausos. Pero además la historia de Kim (interpretada por Sally Carman, a la que yo le tengo bastante cariño porque es Kelly en la Shameless británica, y que además me provocó un shock tremendo el verla sin los veinte kilos de maquillaje multicolor con el que estoy acostumbrada a verla) nos parte el corazón, nos empuja al suelo, nos levanta y, sobre todo, nos hace vivir cada segundo de lo que nos cuenta, luchando y sufriendo con ella.

Pero, aun así, es indudable que los Miller son el elemento central. A ellos los hemos visto ir cayendo desde esa tranquilidad y comodidad relativa con que los conocimos hasta acabar tocando fondo. Hemos visto a Franny ensuciarse las manos, literal y figuradamente. Hemos visto la inocencia y el desencanto de Lauren, y las ganas de querer perdonar, con los inevitables batacazos que van atados a esto, de ella y de Frank. Y hemos visto a Matt juguetear con la idea de seguir los pasos de su padre, y acabar en un agujero donde no esperaba encontrarse. Y enredando en su caída a Aisling (mi adorada Karla Crome), una chica que sabe mejor que nadie que nada es simplemente blanco o negro, que todo es mucho más complicado que eso. Y que conoce mejor que nadie lo que es vivir a la sombra de los errores de otros, y aun viendo la parte más humana, cercana y bienintencionada de todo, sabe que tiene que decir basta.
Y todo ello ocurre ante los ojos de un cada vez más impotente Paul, que ve cómo sus buenas intenciones y malos métodos afectan y dañan a los que más quiere.

Es por esta historia y este desarrollo que la segunda temporada acaba resultando más impactante que la primera, y que sus cuatro episodios son simplemente perfectos. Una perfección que se mantiene hasta un final de temporada con el que cuesta contener las lágrimas y que expresa un mundo a través de una mirada (lo que es capaz de transmitir esta serie utilizando las miradas de sus protagonistas es impresionante. Y es algo que se repite muchísimo a lo largo de los episodios. Sin ir más lejos, en este último hay tres especialmente destacables: la de Franny al final, la de Aisling y la detective, y la de Kim y su vecina). Aún no se sabe si la BBC le dará una tercera temporada (aunque los números que hace, sin ser espectaculares, son bastante aceptables, con lo que estoy relativamente tranquila), pero yo necesito seguir sufriendo con los Miller.

¡Saludos!

PD: Ha acabado la temporada de Comic Book Men y ahora siento como que me falta algo. A ver si escribo sobre ellos algún día de estos, que siempre quiero y luego lo voy dejando y no puede ser, que lo merecen y mucho.

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