24 sept 2007

Letras cruzadas IV: Sam

Lo escribí el otro día en un ratillo. Buen personaje, podía haber sido mucho más, pero bueno. En fin, aquí lo dejo, y a ver si el próximo lo escribo en breve, que tengo la idea en mente desde hace tiempo.

¿Qué significaba aquello? ¿Es que acaso no había sido nada? ¿Es que lo habían vuelto a utilizar sin miramientos? Frustración. Rabia. Ira. Estaba cansado de que todo acabase siempre igual. Odiaba aquello. Odiaba a quienes siempre le hacían pasar por lo mismo.
Pero sobre todo, dolor. Esta vez había sido la peor de todas. Esta vez se había permitido dejarse llevar; entregarse sin reservas. Y había creído que, por una vez, alguien le entregaba su corazón a cambio. Y sin embargo, las cosas volvían a estar como tantas veces antes. Ignorado. Perdido. Solo. Solo sus recuerdos le decían que aquellos instantes habían existido en realidad. Pero los recuerdos no se podían tocar; uno no podía bucear en ellos y cambiar la palabra que tal vez hizo que él no volviese a buscarlo. Uno no podía entregarse a un recuerdo multiplicándolo por mil, sabiendo que sería el último, que más allá no quedaba camino.
Perfecto, ahora se sentía culpable.
Trató de cambiar el rumbo de sus pensamientos. Él no había hecho nada malo; lo había dado todo por aquel niño rico hambriento de sentimientos. Había dejado atrás muchas cosas; había renunciado a todo. Y solo por tenerlo a su lado. Había sido tan estúpido como para pensar que él se daría cuenta, que lo apreciaría. No, no había sido culpa suya. Si acaso, de lo único que podía culparse era de ser demasiado ingenuo. Pero sabía que aquello no había sido la causa de que ahora estuviese solo.

Jamás volvería a dejarse llevar. Jamás volvería a confiar a ciegas. Una y no más. Se acabó.

Fue en ese momento, justo cuando aquel pensamiento comenzaba a dejar un suave eco en su mente, cuando el coche paró a su lado. Lo subieron dentro. Miedo. Pánico. No sabía a dónde lo llevaban. Quería salir, pero no podía. Quería volver atrás, y al mismo tiempo, deseaba llegar a su destino.

Y entonces lo soltaron. Aturdido. Perdido. Tardó en darse cuenta de dónde estaba. Pero no estaba solo; alguien lo agarraba con fuerza.
Fue así cómo lo supo. Él no lo ignoraba. No lo había abandonado. Seguramente, ahora lloraría por él en un rincón. Quiso decirle que no se preocupase, que todo estaba bien. Ahora lo estaba. Pero supo que no podría.

Y la miró a los ojos. Miró a los ojos a aquella mujer de acero. Y en su mirada no había miedo, no había nada; solo armonía.

No, jamás volvería a dejarse llevar. Jamás volvería a confiar a ciegas. Jamás.

Porque sabía que iba a morir.

¡Saludos!

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