22 ago 2007

Letras cruzadas II: Andrew

Escrito en un momento y probablemente sin demasiado sentido. Solo he esbozado un personaje que me encantaría desarrollar más adelante. Tal vez vuelva a él en otro momento, cuando tenga una historia lo suficientemente buena. De momento es tan solo una pequeña imagen. En fin, a lo que iba: segundo relato, no esperéis demasiado.

Las calles aún estaban a oscuras cuando Andrew puso de nuevo los pies en aquella casa. Se había propuesto llegar ahí antes de que el sol desempañase todos aquellos recuerdos sobre la casa que se había esforzado tanto en mantener borrosos. Y aún así, tuvo que hacer un gran esfuerzo por seguir mirando al frente, sin bajar la mirada.

Habían pasado ya dos años desde lo de Darla. Habían pasado ya dos años sin que aquella mirada gris le exigiera explicaciones que no estaba dispuesto a dar. Sabía que ella había buscado los sueños que él no la ayudó a alcanzar en el mar que siempre había amado. Era irónico. O no, tal vez era simplemente lógico. Pero no se sentía culpable. Nunca había querido a aquella muchachita de ciudad que vivía en su pequeño mundo de fantasía. Y ella lo sabía. Sabía a qué atenerse cuando lo aceptó en su vida. Andrew sabía que ella había escrito aquel destino en las páginas de un libro en blanco mucho antes de conocerlo a él. Porque siempre había sido así.

Pero, de todos modos, la casa le recordaba a un tiempo que no quería recordar. Le traía de vuelta una imagen de sí mismo que habría preferido no tener que volver a ver. Todo había sido mucho más fácil entonces, mucho más cómodo. Había corrido a la ciudad por miles de inquietudes pasajeras sin preocuparse de nada. Tenía las espaldas cubiertas. Pero ahora las cosas habían cambiado; con Darla habían desaparecido tantas cosas que él había llegado a dar por hechas que simplemente la odiaba por haber desaparecido; por haberlo dejado tirado sin más que un simple reflejo del hombre que había sido.

Era egoísta, y lo sabía. Pero también era cierto que no le importaba, pues lo consideraba la parte más importante de sí mismo. Y había llegado a adorar a aquel ser que encontraba en el espejo cada mañana, sonriendo con tranquilidad.

Sorprendentemente, fue aquella misma sonrisa la que encontró al alzar la mirada hacia el amplio ventanal del salón aún a oscuras, cuando levantó los ojos del papel que había venido a buscar.

No era más que un triste relato, estúpido y sin más sentido que un par de palabras inconexas escritas por casualidad en una vieja servilleta… y sin embargo, con un significado más complejo del que muchos podrían adivinar.

Y es que, aquellas simples palabras eran capaces de recordarle que detrás de aquella máscara de vanidoso gesto que le saludaba desde el otro lado del cristal, había un niño asustado, que se sabía simple y perdido. Solo ahora volvía a verlo.

Eli tenía razón. No debería haber tardado tanto en darse cuenta de aquello. Había desperdiciado dos largos años olvidando quién era realmente. Y dos años eran mucho tiempo, ahora lo sabía.

Sí, a Eli le gustaría enterarse de que por fin había bajado de su dorado pedestal, que se había dado cuenta de que no era más que un simple mortal sin más idea de la vida que un niño pequeño.

Y sin embargo, a él lo asustaba.

¡Saludos!

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